Leía hace días sobre ¿qué pasa con las cosas que soñamos? ¿a dónde van al abrir los ojos? ¿por qué se siente real lo que es irreal?
Hay gente que dice no soñar (o no recordar lo soñado); habemos quienes diariamente nos levantamos con una película nueva que nos invita a pensar.
También hay sueños que se repiten como un loop en el tiempo y la memoria, como si no lográramos descifrar el enigma, o como si fueran escenarios múltiples de un Universo en el que no acertamos la decisión correcta (¿acaso la hay?).
Suelo escribir las ensoñaciones en mi teléfono, horas después de haberlas tenido; a veces se diluyen entre las ocupaciones del día, otras permanecen encendidas como el fuego inaplazable que incendió la pradera de recuerdos.
Veo los rostros de personas secundarias, platico con ellos, sin embargo, con la protagonista ocurre distinto: existe como una presencia omnipotente a la que jamás veo, huyo de ella y a la vez se le anhela. Con las actrices de reparto no pasa nada especial, aparecen y desaparecen de manera rutinaria.
Las historias son tan diversas y llenas de ficción como una película hecha bajo los influjos del LSD.
Estoy en un lugar y al abrir una puerta he avanzado trescientos kilómetros, los pueblos tienen otros aspectos, la gente muestra rostros distintos, pero son ellos, el dinero se esfuma, los autos vuelan, escucho música que no existe, estoy en sitios, plazas, catedrales que jamás he visto (ni hay), gente tiene habilidades que no posee; a veces hay ansiedad, estrés, calma, adrenalina, soledad, aventura, terror, etc.
Si hubiera un grabador de sueños, sería como «El imaginario mundo del Doctor Parnassus».
Si los días y las noches pasan, ¿por qué los sueños se quedan en la vida que corre? ¿por qué nos alcanzan situaciones que se han quedado muy atrás?
Tal vez la respuesta sea porque la memoria es un laberinto en el que no hay salida y donde todos los caminos conducen al mismo sitio: aquello inconcluso que anhelamos en demasía.
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D E R
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