El riesgo de cumplir caprichos

El origen de la palabra «capricho» lo podemos encontrar en el idioma italiano, en el cual, capriccio significa una exigencia arbitraria que se encuentra en un antojo, siempre fuera de la lógica y lo razonable; también, se le puede considerar como un berrinche o rabieta, conducta muy generalizada entre los infantes, pues es la herramienta de éstos para lograr sus objetivos, los cuales, muchas de las veces son infundados en el derecho y el bienestar.

¿Cómo sería la realidad si todos nos moviéramos de acuerdos a nuestros caprichos?

Desde los tiempos de Aristóteles, éste se cuestionó sobre la dinámica de los grupos sociales; mencionaba que los seres humanos nos pasamos la vida dando vueltas a lo que nos conviene o no nos conviene hacer, que muchos de nuestros actos los hacemos casi automáticamente, sin darle demasiadas vueltas al asunto.

En el excelente libro «Ética para Amador», de Fernando Savater se menciona que a la hora de hacer las cosas, las hacemos por varios motivos:

Por órdenes: esperando un castigo o una recompensa

Por costumbre: porque es algo que estás habituado a hacer y ya haces sin pensarlo

Por capricho: por que es algo que nos apetece hacer

El filósofo español menciona que:

«Está claro que la mayoría de las cosas que hacemos las hacemos por capricho, pero, hay que tener claro que no todo se guía por lo que nosotros queremos o no queremos hacer, también hay otras personas que quieren hacer cosas tan diferentes a las nuestras, que hasta las pueden ver mal, y por ello existen las órdenes, para que nos marque la libertad y haga la vida mas feliz a todos».

Savater nos dice que no siempre podemos hacer lo que queremos, pues si damos rienda a nuestros caprichos, vamos a trasgredir las libertades de otras personas, por lo cual, el concepto de libertad se ajusta a las reglas que armonizan la convivencia en sociedad; dicho en las palabras de Jean-Paul Sartre: «Mi libertad se termina donde empieza la de los demás».

No es posible que algunas personas pretendan imponerse frente a otras, como si fueran los dueños absolutos del libre albedrío de todos los que habitamos este mundo.

Aunque otros no estén de acuerdo con nuestras posturas, creencias o tradiciones personales, debemos sujetarnos a los pactos sociales que dictan las reglas del juego de las instituciones.

Las órdenes y las costumbres tienen una cosa en común: parece que vienen de fuera, que se nos imponen sin pedirnos permiso.

Los caprichos salen de dentro, brotan espontáneamente sin que nadie nos los mande, siempre tendrán un poco de egocentrismo por encima de lo solidario.

Imaginar un mundo de caprichos, es pensar en el caos, la distopía, la intransigencia, el conflicto constante, donde impera la violencia, en el que cada individuo tendrá su propia visión de justicia y legalidad, contraviniéndose unos con otros, derrumbando lo bueno por lo malo.

De acuerdo a la ética: bueno es lo que conviene a las mayorías y conduce al bien común; lo malo… mejor ni hablamos, que eso ya lo vivió la Humanidad durante la época medieval y del oscurantismo; sólo basta recordar y razonar.

«Si cedes en el primer capricho, prepárate para satisfacer todos los que le siguen».

Abraham Lincoln

D E R

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